Se denomina baja visión al estado de discapacidad visual en el que hay una disminución de la función visual sin llegar a la ceguera, pero no recuperable.
La baja visión puede estar causada por problemas visuales con orígenes tan diversos como el glaucoma, la degeneración macular asociada a la edad -DMAE-, la retinopatía diabética, la miopía magna o la retinosis pigmentaria entre otras.
En muchas ocasiones, conllevan pérdidas irreversibles de visión, provocando así una discapacidad visual. En la actualidad, ha aumentado la prevalencia de algunas de ellas debido al aumento de la esperanza de vida.
A veces, está afectado el campo visual central, dificultando por ejemplo la lectura; otras veces, está afectado el campo visual periférico, entorpeciendo en estos casos la movilidad. En muchos de ellos está afectada la adaptación a los cambios de luminosidad. Todo esto llega a ocasionar verdaderas dificultades en las actividades de la vida diaria.
Debido a esa condición visual compleja con necesidades específicas, es imperioso un abordaje concreto de cada caso en particular, para aprovechar ese resto visual mediante estrategias, adaptaciones y prescripciones ópticas especiales.
Así, podremos mejorar la función visual con el fin de poder realizar más cómodamente actividades de la vida cotidiana tales como reconocer una cara, leer, ver la televisión o simplemente, pasear con más seguridad.
Dicho de otra manera, aprender a ver de nuevo.